Cementerio para refugiados: la tragedia siria más allá de la muerte
Tras siete años de guerra en Siria, quienes huyeron del conflicto y buscaron iniciar una nueva vida en territorio libanés luchan por conseguir espacios para sepultar los cuerpos de sus seres queridos.
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En los cementerios del Líbano no cabe un cuerpo más. La tragedia que llevan consigo los refugiados sirios en ese territorio va más allá de los bombardeos, las lágrimas y la sangre que dejaron en su país. Sigue después de la muerte y se convierte en una odisea en la que el mayor de los lujos es encontrar un campo para poner una lápida.
Cerca de Beirut viven este drama. Ayub Yumma lo sufrió en carne propia hace dos años, cuando su hijo murió. Él aún era un adolescente. Su nombre era Mohamed. Un día cualquiera su cuerpo se desplomó. Lo trasladaron a un hospital. Pero ante la imposibilidad de que volviera a la vida, el dolor continuó. No había dónde sepultarlo.
Ayub cuenta que el cadáver permaneció tres días en la morgue del centro médico. Le dijo a la agencia EFE que todo fue “complicado” hasta que lograron hallar un espacio para Mohamed en el camposanto de Chehim, una población cercana a la capital libanesa.
Son pocos los cementerios legales para sirios en esta zona. Aquel en el que Ayub consiguió un lugar para el cuerpo de su hijo, fue creado por la Asociación Social, una de las organizaciones no gubernamentales que trabajan en esta montañosa región.
Se trata de al menos 15.000 familias sirias que buscan refugio en suelo libanés. Ghasan Shehade, el director ejecutivo de Asociación Social, afirma que solo en Chehim y las comunidades próximas viven al menos 45.000 locales.
Cada familia refugiada está integrada, en promedio, por una pareja y cinco hijos. Ghasan recuerda que cuando comenzó la guerra en siria, hace siete años, los refugiados eran sepultados en el cementerio local, pero que ante la “enorme presión”, las autoridades lo prohibieron.
El argumento de los alcaldes de la región en la que habita Ayub para impedir que los sirios fueran enterrados en los camposantos oficiales fue, según Ghasan, la posibilidad de quedar "sin espacio para los libaneses”.
Sin lugar y con muertos, los sirios se vieron obligados a encontrar otra alternativa. Sus ceremonias fúnebres pasaron del día a la noche. La opción fue sepultarlos en lotes sin dueño, en cualquier lugar.
Las escenas del Chehim se repiten a lo largo del Líbano. La precariedad en la que viven los cerca de un millón de refugiados le pesa a los vivos y a los muertos. Vivir cuesta mucho y morir, todavía más.
Una tumba cuesta entre 2.000 y 3.000 dólares. Conseguirlos también saca lágrimas. No es fácil para quienes escapan de la guerra con poco más que la esperanza de seguir con vida.
La fría espera por un cupo bajo tierra
Basel es refugiado y entierra a refugiados. Vive en Chehim y es el sepulturero del cementerio. Nació en Idleb, una provincia siria de la que tuvo que huir. Hace entre dos y seis servicios por día. Cuenta que hay cuerpos que pasan hasta seis meses en espera antes de descansar bajo tierra.
Este cementerio está abierto a los pobres. Allí no hay distinciones. Pero sobran candidatos y faltan cupos. Tiene más de 340 lápidas. Ya no caben más. Para solucionarlo, planean construir un segundo nivel. Algo así como el diseño de una placa superior que permita enterrar nuevos cuerpos sobre los que ya están bajo tierra.
Un lugar allí cuesta cinco veces menos que en un cementerio convencional. La Asociación pide 500 dólares a cambio de la sepultura y solo demanda la presentación de un documento de identidad del fallecido y del acta de defunción. Todo un oasis en medio del desierto de posibilidades.
En esta dolorosa búsqueda de refugio, los sirios viven una tragedia que no acaba cuando el corazón deja de latir. Escapan del conflicto, pero se enfrentan a una pena que los aqueja dentro y fuera de los cementerios, que los agobia más allá de la muerte.
Con EFE
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