República centroafricana: al encuentro de los golpistas rebeldes

En la República Centroafricana, país desgarrado por la guerra, los exrebeldes golpistas sueñan ahora con la independencia. Los reporteros de France 24 James André y Anthony Fouchard fueron al encuentro de uno de los grupos armados más poderosos del país, en la capital de su Estado paralelo.

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La República centroafricana prácticamente no ha conocido la paz. Y hasta 2013, las vicisitudes de esta excolonia francesa raramente han llamado la atención de la comunidad internacional.

El 25 de marzo de 2013, los rebeldes de la coalición Seleka toman el poder de manera brutal. Es el quinto golpe de Estado desde la independencia en 1960. Pero esta vez, los dirigentes de todos los frentes han instrumentalizado los conflictos comunitarios y las pertenencias religiosas con fines políticos y el conflicto armado ha degenerado en masacres. La rebelión Seleka, dirigida por Michel Djotodia, se ve obligada a abandonar el poder al cabo de nueve meses, siendo incapaz de restaurar la seguridad. Francia, bajo el amparo de la ONU, despliega más de 2.000 soldados para que vuelva la paz y evitar “un genocidio”.

El Estado paralelo de Ndele

Desde su fracaso, los rebeldes están divididos, fragmentados, pero han conservado su nocivo poder, al igual que el Frente Popular para el Renacimiento de Centroafrica (FPRC), uno de los grupos más poderosos. En Ndele, al noreste del país, llegaron hasta alzar en 2015 la bandera de una república efímera: Logone. Y si bien los Cascos azules descuelgan rápidamente este símbolo molesto, es una pérdida de tiempo para el gobierno legítimo, aún inestable. El presidente Faustin-Archange Touadera, electo en marzo de 2016, aún no ha logrado aplacar a un país devastado por la guerra civil. Peor aún, las violencias volvieron a comenzar en Bangui en abril de 2018.
Una razón para que Abdoulaye Hissene, el jefe militar del FPRC, concentre sus tropas en las puertas de la capital. “Ustedes tienen un presidente que no tiene ni los medios, ni la política correcta para reunir a todos los centroafricanos. En cada día que Dios ha creado hay muertos en este país”, dice. Pero aunque pretenda que actúa para defender a “su comunidad” Abdoulaye Hissene nunca se ha privado de instrumentalizar, él también, las tensiones religiosas a su favor.

FPRC: “no queremos una partición, exigimos más autonomía y reconocimiento”

Si la perspectiva de un nuevo golpe de Estado parece poco probable, la de una partición del país está en todas las bocas. Menos en la de los rebeldes. Las cabezas dirigentes del FPRC prefieren hablar de federalismo y de autonomía.

“No queremos una partición, exigimos más autonomía y reconocimiento para gestionar este territorio que administramos”, explica Adoum Djaffar, coordinador político del movimiento, quien no duda en citar la Convención de Ginebra, que “obliga a los grupos que controlan una zona a atender las necesidades de la población”.

Los rebeldes, que mueven con prudencia sus peones, han dejado que a su zona regresen un prefecto y un sub-prefecto. Bangui sigue pagándole a los profesores y el hospital es administrado por un funcionario. Porque aunque los rebeldes controlan todos los ejes, aseguran la seguridad e incluso cobran impuestos, no quieren dar la impresión de haberse escindido del Estado central, para el cual el norte no es una prioridad.

Los rebeldes están sentados sobre una mina de oro y de diamantes

Sin embargo, el FPRC quiere volver a tener una imagen más presentable que la de un ejército rebelde que viola, saquea y destruye todo a su paso, como lo era 2013. Una mediación está en curso, bajo el amparo de la Unión africana (UA). Según varias fuentes, el Gobierno centroafricano estaría dispuesto a acordarle una cierta autonomía al FPRC, pero sin compensaciones. Porque en el noreste los rebeldes están –literalmente– sentados sobre una mina de oro… y de diamantes.

Y a pesar de las sanciones que prohíben la explotación de diamantes desde 2013, la ONU estima que de estas minas han salido al menos 24 millones de dólares que han servido para alimentar los distintos grupos armados.

Un motivo para despertar el apetito de los actores internacionales. En la pequeña oficina del FPRC, en Nedele, Abdoulaye Hissene despliega las fotocopias de los pasaportes de los hombres que interceptó a bordo de un convoy de 18 camiones, el pasado mayo. Rusos, kirguises, bielorrusos, “que venían supuestamente a ofrecerle sus servicios como mediadores” entre los rebeldes y el gobierno… pero que no protestarían si era necesario explotar un poco los ricos suelos de los alrededores.

Invitados por el gobierno centroafricano para hacer parte del ejército regular, las sociedades privadas rusas se encuentran ahora a puertas de un verdadero conflicto geopolítico. Oficialmente, Francia no ve ningún problema con la presencia rusa en la República Centroafricana. Pero en los pasillos de las cancillerías se confirma que el ambiente es “tenso” y que los representantes diplomáticos franceses ya no “están invitados a todas las ceremonias protocolarias” desde que involucran a Rusia.

Mientras tanto, Abdoulaye Hissene, por su lado, alardea, porque sabe, oportunamente, que el embrión del ejército regular no podrá destronarlo. “Mis hombres están en Bangui, únicamente esperando la luz verde política”, afirma. Aún si se trata de otro alardeo, la amenaza de las armas sigue siendo su principal argumento de negociación para acceder a la autonomía.

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