Rumania honra a los muertos de la Revolución anticomunista, 30 años después
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Miles de rumanos rindieron tributo a las cerca de 1.200 personas que perdieron la vida en la Revolución de diciembre de 1989, que se saldó con la ejecución de Nicolae Ceausescu el día de Navidad y puso fin a más de 40 años de comunismo en este país de Europa del Este.
1989 fue el año que marcó el punto de quiebre para la Guerra Fría. Con la caída del Muro de Berlín, en Alemania, la noche del 9 de noviembre, los vientos de cambio comenzaron a soplar hacia todos los países europeos que estaban bajo regímenes comunistas y la llamada Cortina de Hierro empezó a derrumbarse.
Uno de ellos fue Rumania, en Europa del Este, que estuvo bajo la dictadura de Nicolae Ceausescu. Para conmemorar el trigésimo aniversario de la Revolución rumana de 1989, que puso fin al régimen comunista de Ceausescu, que gobernó al país desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial, se llevaron a cabo numerosos actos para rendirle tributo a las víctimas de la represión contra los revolucionarios.
Este 22 de diciembre, protagonistas de la revuelta, ciudadanos anónimos y representantes públicos participaron en una misa en recuerdo de las víctimas frente al Monumento a los Héroes de la Revolución de Bucarest, que se encuentra en la Plaza de la Revolución, la misma desde la que Ceausescu huyó de la capital rumana en helicóptero el 22 de diciembre de 1989, ante la llegada de grupos de trabajadores de las afueras del país que se unieron a las protestas contra la dictadura.
Familiares, ciudadanos y políticos participaron en numerosos actos de este tipo en lugares como el Cementerio de los Héroes de la Revolución en Bucarest, la sede de la televisión rumana y otros puntos en los que murieron ciudadanos por los disparos de las fuerzas del entonces dictador. Además, la Iglesia Ortodoxa Rumana ofició misas dedicadas a los muertos en la Revolución en templos de toda Rumanía, un país de abrumadora mayoría ortodoxa.
Una Revolución ciudadana que puso fin a 40 años de represión en Rumania
El 16 de diciembre de 1989, comenzó una movilización sin precedentes desde Timisoara, en el oeste de Rumania, por parte de una sociedad que estaba ahogada por la represión y el miedo al Ejército y a la Policía de Inteligencia, la temida Securitate, desde hacía 40 años.
La concentración de apoyo a Lazslo Tokes, un religioso evangélico húngaro desahuciado por el régimen de Ceausescu, se transformó en una protesta contra la dictadura. Pese a que decenas de personas murieron en la represión, las protestas se extendieron a otras ciudades y llegaron a Bucarest el 21 de diciembre.
Un día después, la presión popular obligó a huir en helicóptero a Ceausescu, que poco después fue detenido por un Ejército que se había unido a la sublevación, un elemento clave en cualquier derrocamiento de un régimen, y posteriormente fue fusilado el día de Navidad tras un breve juicio junto a su esposa, Elena.
Pese a que Ceausescu perdió el poder el 22 de diciembre, los disparos en las calles continuaron hasta su muerte. Francotiradores anónimos siguieron disparando contra militares y civiles que defendían puntos estratégicos controlados por la nueva autoridad. Según la tesis más aceptada, los francotiradores eran fuerzas especiales leales a Ceausescu que se resistían al cambio de régimen.
El expresidente Ion Iliescu y otras dos personas del grupo dirigente que tomó el poder el 22 de diciembre están acusadas de "crímenes de lesa humanidad" por haber fomentado un supuesto clima de "caos" y "psicosis terrorista" que contribuyó a la muerte de 800 personas entre el 22 y el 25 de diciembre.
Se calcula que más de 1.100 personas murieron durante el levantamiento de nueve días que puso fin a un período de represión en ese país que formó parte del bloque comunista o soviético durante la Guerra Fría.
Con EFE y AP
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