Veinte años después, las heridas del 11-S perduran para neoyorquinos árabes y musulmanes
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En los días posteriores a los atentados del 11 de septiembre, el estado de conmoción de Estados Unidos mutó velozmente en llamados a la venganza. Incluso antes de que la guerra contra el terrorismo se extendiera por todo el mundo, los estadounidenses árabes y musulmanes sintieron la reacción en casa, y muchos en la ciudad de Nueva York todavía están inmersos en ese sentimiento.
Aunque los atentados hayan tenido lugar hace veinte años, los recuerdos del 11 de septiembre de 2001 todavía hacen brotar lágrimas en los ojos de Rabyaah Al-Thaibani.
Al-Thaibani, que emigró a Nueva York desde Yemen con su familia cuando era niña, trabajaba en el Centro de Apoyo a la Familia Árabe-Americana, una organización sin fines de lucro con sede en un enclave árabe-estadounidense del centro de Brooklyn. Al otro lado del río estaba el Bajo Manhattan, desde donde se veían las emblemáticas Torres Gemelas.
"Ese día, llegué al trabajo. Subimos a la azotea y fuimos testigos del impacto del segundo avión. Y también vimos la caída de los edificios", explica a France 24.
Mientras las cenizas y los escombros se extendían por Brooklyn a kilómetros de distancia, Al-Thaibani, sus colegas y su familia ya estaban sintiendo otro tipo de consecuencias. Su oficina se cerró rápidamente cuando empezaron a recibir "amenazas de muerte" y las comunidades a las que les prestaban servicio también empezaron a entrar en pánico.
El padre de Al-Thaibani se apresuró para recoger a sus hermanos de la escuela islámica a la que asistían en ese momento. Ella, su madre y su hermana dejaron de llevar sus 'hijabs' y durante una semana toda la familia se quedó en casa, "literalmente encerrados".
"Estábamos aterrorizados", recuerda.
Sus temores resultaron justificados, ya que los estadounidenses árabes y musulmanes se vieron envueltos en una furiosa reacción a los atentados que iba desde el acoso y la discriminación hasta la persecución por parte de las fuerzas federales.
"Una amiga mía de una familia yemení con la que crecí me llamó y me dijo que el FBI vino y se llevó a su marido", cuenta Al-Thaibani. "¿Por qué exactamente? Es conserje en un colegio público y el director le oyó hablar en árabe, así que llamó al FBI. Vinieron, lo recogieron y estuvo fuera casi ocho meses".
En total, 762 personas, entre ellas casi 500 neoyorquinos, fueron detenidas por el FBI y otras autoridades en los meses posteriores al 11-S por sospechas de apoyo a grupos terroristas. En muchos casos, esas sospechas no se basaban más que en denuncias anónimas facilitadas a través de una línea de atención telefónica que el FBI creó tras los atentados, y una inspección del Departamento de Justicia realizada en 2003 descubrió que la "abrumadora mayoría" fue detenida por cargos de inmigración no relacionados.
En abril de 2002, un grupo de detenidos presentó una demanda alegando que habían sido mantenidos "en confinamiento solitario 23 horas al día con registros periódicos sin ropa debido a [su] religión o raza detectadas", violando sus derechos constitucionales. Solo hasta 2015 la demanda fue admitida.
“Tratados de forma diferente”
También hubo humillaciones más cotidianas.
"Recuerdo haber entrado en una tienda de Halloween para comprar un disfraz, y tenían un terrorista árabe como disfraz", dice Al-Thaibani. "Ya sabes, el jeque con la nariz de cerdo. ¿Te lo puedes imaginar? Yo era una niña y voy a comprar mi disfraz y hay un terrorista árabe".
Mientras tanto, la conmoción de los atentados impulsó a Al-Thaibani al activismo. Inmediatamente después del 11-S, ella y sus colegas del Centro de Apoyo a la Familia Árabe-Americana organizaron una marcha a la luz de las velas para conmemorar a las víctimas. Desde entonces, ha dirigido su atención cada vez más a la política local y electoral, apoyando a candidatos de izquierdas que van desde Khader El-Yateem, un pastor palestino-estadounidense que se presentó a las elecciones al Ayuntamiento de Nueva York en 2017, hasta Bernie Sanders.
Al-Thaibani trabaja ahora como consultora para una serie de campañas, pero mantiene un enfoque constante: construir el poder político entre sus compatriotas yemeníes y árabes estadounidenses, desde su barrio de Brooklyn, Bay Ridge -uno de los principales centros árabes-estadounidense de Nueva York- a lo largo de la ciudad y el país.
Caminando por la Quinta Avenida, la principal franja comercial de Bay Ridge, no todo el mundo comparte el entusiasmo político de Al-Thaibani. Fuera de una cafetería, un grupo de hombres accede a hablar con France 24 mientras toman un café y fuman. De origen palestino, los tres viven en el barrio desde hace casi treinta años: un billete para el sueño americano, desde su punto de vista.
"En los primeros días después del 11-S, pasamos por una situación difícil y estresante, pero nadie fue acosado. No nos sentimos discriminados", afirma Ahmed Zaid, de 55 años, que trabaja en una tienda de comestibles local. "En este país, la gente respeta el estado de derecho".
Su amigo Bassem Moustafa está de acuerdo.
"Vivimos en un sistema democrático", dice Moustafa. "El acoso contra ciertos ciudadanos árabes o musulmanes tras los atentados del 11 de septiembre no fue creado por las autoridades estadounidenses, sino por una pequeña fracción de la población".
Moustafa subraya que los árabes-estadounidenses han "superado" la sombra de aquel horrible día.
"Los atentados terroristas no tienen casi ninguna repercusión en nuestras vidas hoy en día", afirma. "Al contrario, Estados Unidos protege a las minorías y, por supuesto, también a los musulmanes. Que Dios bendiga a Estados Unidos".
Al-Thaibani se apresura a reconocer que los neoyorquinos árabes y musulmanes se enfrentan hoy a mucha menos discriminación que en el período inmediatamente posterior a los atentados, a pesar de los años del mandato de Donald Trump. Sin embargo, muchos residentes de Bay Ridge dicen que todavía se sienten estigmatizados. Una mujer joven, que lleva un hiyab negro suelto, le cuenta a France 24 que habitualmente siente que la "tratan de forma diferente", ya sea en el lugar de trabajo o en los espacios públicos.
"Ya me han tirado bebidas, sin ir al caso, en restaurantes y otras cosas", explica la mujer, que no quiso dar su nombre. "Y he ido a zonas donde hay pocos musulmanes y te miran mucho".
En 2017, tres cuartas partes de los musulmanes estadounidenses encuestados por Pew dijeron que sentían que había "mucha discriminación" contra ellos, y algo menos de la mitad aseguraron que habían experimentado al menos un acto de discriminación en el año anterior. En agosto, el 53% de los estadounidenses encuestados por The Associated Press e investigadores de la Universidad de Chicago expresaron una opinión desfavorable del Islam, mientras que la mayoría manifestó opiniones positivas sobre el cristianismo y el judaísmo.
Y la persecución de los musulmanes por parte de las fuerzas de seguridad continuó mucho después de los atentados. En 2011, una investigación de The Associated Press, ganadora del premio Pulitzer, reveló un programa de espionaje del Departamento de Policía de Nueva York que enviaba informantes encubiertos para infiltrarse en mezquitas, restaurantes y grupos de estudiantes en Nueva York y Nueva Jersey a partir de 2002. Las prácticas fueron finalmente suspendidas unos 15 años después como resultado de las demandas presentadas por las presuntas víctimas y grupos de derechos civiles.
“Los momentos más difíciles de nuestra vida”
Aunque Bay Ridge sea el centro árabe-estadounidense de Nueva York, las comunidades musulmanas de la ciudad abarcan los cinco distritos y decenas de nacionalidades. En lo más profundo de Queens, más allá del alcance de las líneas de metro, los barrios de Flushing y Fresh Meadows albergan otra comunidad muy unida que recientemente ha vuelto a sentir las cicatrices del 11-S: los afgano-estadounidenses de Nueva York.
Los grupos comunitarios estiman que en la 'Gran Manzana' viven unos 20.000 afganos, de los 250.000 que hay en todo Estados Unidos, lo que la convierte en el tercer centro afgano-estadounidense más grande del país, después de California y Virginia.
"Con cada oleada de cambios en el sistema político de Afganistán, se produce una enorme oleada de refugiados y solicitantes de asilo que llegan a Estados Unidos", afirma Naheed Samadi Bahram, directora nacional de la organización Women for Afghan Women (WAW), con sede en Queens, que presta servicios y defiende a las mujeres de Afganistán y de la diáspora.
Nacida en Afganistán en 1980, Bahram huyó del país en 1992 después de que su madre muriera a raíz de la explosión de una bomba en Kabul. Su familia se trasladó a Pakistán, donde permaneció hasta mudarse a Nueva York en 2006.
Añorando su hogar y buscando un anclaje en la comunidad, Bahram comenzó a trabajar como voluntaria en WAW -que se formó por primera vez unos meses antes de los ataques al World Trade Center para apoyar a las mujeres bajo el régimen talibán- antes de convertirse en una de las líderes del grupo. En el transcurso de esos años, cuenta, ha trabajado con refugiados afganos que han huido ronda tras ronda del conflicto en su país de origen, para luego encontrarse con la discriminación y los problemas de inmigración en su país de adopción.
Sin embargo, a pesar de todo, ha mantenido un sentimiento de esperanza, hasta el día de hoy.
"Las últimas semanas han sido las más difíciles de nuestra vida", dice Bahram. "No he visto un día de paz en Afganistán durante toda mi vida. Perdí a mi madre en la guerra. Y eso nunca me hizo perder la esperanza".
Hoy, sin embargo, se siente impotente para ayudar a los que están atrapados en Afganistán mientras vuelve el gobierno talibán. Eso incluye a los propios empleados de WAW: a pesar de sus esfuerzos, dice, hasta ahora han sido incapaces de asegurar la evacuación de un solo miembro de los 1.200 empleados afganos del grupo, incluidos los ciudadanos estadounidenses. Ahora, sus perspectivas de abandonar el país parecen ser muy escasas, dejándolos a merced de los islamistas de línea dura que fueron vencidos hace casi veinte años.
"Creo que es la primera vez que estoy muy desesperada por las cosas en Afganistán, la primera vez", asevera Bahram. Es "desgarrador", afirma, que tantos de sus compatriotas afganos hayan quedado atrapados en el fuego cruzado durante dos décadas de guerra por atentados en los que no participaron.
"Ninguna de las personas que llevaron a cabo el 11-S era afgana, nadie de todo ese equipo. Y, por desgracia, los afganos han sido los que han sufrido esta guerra de 20 años y, ahora, esta retirada tan prematura", afirma Bahram. "De nuevo, la crisis vuelve a los afganos".
Aun así, sigue adelante con su trabajo, coordinándose con las empresas locales, los funcionarios estatales y federales y otras organizaciones benéficas para preparar la acogida de la nueva oleada de refugiados afganos, que todavía no han empezado a llegar a Nueva York. Para los afganos-estadounidenses de la ciudad, un capítulo del largo legado de los atentados del 11-S puede estar llegando a su amargo final, pero otro no ha hecho más que empezar.
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